Las ciudades son el territorio del hombre

Las ciudades son el territorio del hombre
por ellas vaga y se espanta
bebe al descuido y a la impotencia

Cruza las calles y se corta las venas
transpira el hollín, se moja los zapatos
vuelve el rostro a la historia

Se malforma un carácter
que de cualquier manera no le pertenece
se angustia y se lamenta

Andar es el precipicio por donde marcha
a la locura, a la pulcritud del vacío
—su vida es una morada de frágiles naipes—

De substancias enlatadas se alimenta
por eso no hay abonos fértiles ni sombras verdes
o verdaderas alquimias que lo transformen todo

La vida del hombre es una putrefacción anticipada
una corrosión estereotipada y amañada
llena de llagas y dogmas perecederos

La humanidad está fornicando con el suicidio
se alaba a sí misma en nombre del propio hombre
y me da risa, me jacto de no pertenecerle

Me levanto
le cambio a alguien una moneda por unas monedas
Me sirvo un vaso de leche

Cojo de la alacena blanca un paquete de galletas
y vuelvo para escribir estos mini detalles
que me vuelven etéreo y sigo volando

Porque el viento pega en mi rostro
aunque no me mueva
y siga soñando la mismidad que me viene

Estoy ausente, leyendo la inmortalidad de Kundera
en esta mañana tierna ¡sí, es posible llamarle así!
lo atestiguan: la chica que me gusta a estas horas

los durmientes pasajeros del metrobús
las gentes (¡sí, se puede escribir así!) del otro lado del teléfono

Ayer pasé tres horas, muy pocas, lo sé
escuchando por internet a poetas hispanoamericanos
Muy dignos, muy aguerridos con su palabra

En esta vaporosa nube en que convergen
Kundera, la chica que me gusta por las mañanas, los dos Efraínes: Huerta y Bartolomé, Girondo, Vallejo

Sabines, Paz, Neruda, Nandino, Benedetti, Martí
Cernuda, Alonso, Machado, Cardenal y el puñado de amigos poetas que aún gozan de ser desconocidos

Aquí, en esta luminosa soledad
es que me acerco a la dicha de estar ausente
me siento vivo en los minúsculos detalles

Mis sentidos aparentan fortalecerse
veo mejor, aspiro formidablemente los aromas
mis manos tocan de mucho mejor manera

Y en todo ello, revuelto, admiro la vida
(incluso la mía) y me regocijo
porque hay poesía, poetas y gentes
y una chica que me gusta, y hay aire
Puedo leer lo que se me antoja
y tomar leche, acabarme las galletas
sin nadie que me vea
No tengo sueño (detesto tener sueño)
siento la piel erecta y el ánimo resuelto

En tanto mi cabello viaja al Sur
en una feliz caída libre
en una casualidad que me permite
estar alegre aunque el mundo, ya se sabe
me lo prohíba; incluso se enoje porque lo estoy
Pero qué importa, si yo aún gozo
de la inmortalidad y del derecho —irreductible—
a Volar
Porque si yo aprendí a volar
fue precisamente para eso: volar